Muchos fichajes retumban en cada rincón del mundo por su magnitud. Por las enormes erogaciones de dinero. Por la jerarquía de los jugadores traspasados. Por la colosal estructura de los poderosos, que salen a la caza de las piezas más valiosas y suculentas. Sin embargo, pocos marcan un hito tan significativo en la vida institucional y deportiva de los clubes como aquel del magnánimo Tulipán de Oro.
Las viejas historias de piratas mostraban a barbudos y deshilachados capitanes desesperados por conseguir tesoros. Días, noches, más días y más noches en rastro de aquel cofre deseado. En la década del ‘70, el FC Barcelona fantaseaba constantemente con un solo hombre, cual marinero en búsqueda del oro perdido en el océano. ¿Quién? Un joven neerlandés que había deslumbrado al globo terráqueo al comandar un equipo de ensueño, que dominó el Viejo Mundo de manera incontestable y maravillosa. Hendrik Johannes Cruijff.
La pulcra e inmaculada esencia de Real Madrid poco le importó a Johan Cruyff. La Casa Blanca también buscó incorporar a ese astro escuálido, pero sus intentos se desvanecieron ante la negativa del jugador. Llamado a revolucionar para siempre la esencia del cuadro blaugrana, las inigualables fintas del holandés recorrieron 1.534 kilómetros de Ámsterdam a la tradicional Cataluña. Allí no solo firmó un contrato de futbolista profesional, sino que rubricó para siempre un pacto de vida e idiosincrasia con Barcelona.
Cruyff no pudo conquistar tantos trofeos como en Ajax. De hecho, y bajo su ala en el campo de juego, las vitrinas de su nuevo club solo sumaron dos lauros: la Liga 1973/74 (el primer título local del Barça tras 14 años sin saborear las mieles de la gloria) y la Copa del Rey 1977/78, conseguida al derrotar a Las Palmas en la instancia decisiva. No obstante, el legado perduró más allá de las copas. Porque, tanto en la vida como en el deporte, no todo son resultados. El Flaco enamoró al público, entregó una versión de este deporte tan gratificante que maravilló hasta a las parcialidades adversarias. Aquel individuo reinventó el fútbol. Se erigió en una fuerza sobrenatural que abría ojos y dislocaba mandíbulas a granel con su sorprendente estética.
El Fútbol Club Barcelona mutó en su fisonomía. La escuela de Rinus Michels ya había echado raíces en el Camp Nou gracias a un artesano de élite. “En toda revolución futbolística suele haber un holandés”, señalan algunos. Han desfilado el Dream Team que en 1992, conducido por Cruyff en el banco, fue soberano de su país y Europa; también el elenco de Frank Rijkaard, antesala del solemne FCB de Josep Guardiola y Leonel Messi. Todos con el mismo ADN. A pesar de que los resultados hayan sido exitosos o no, la idiosincrasia implantada por Cruyff nunca desapareció.
13 de agosto de 1973. Cuarenta años D.C (Después de Cruyff). ¿Acaso la fecha más trascendental de la historia de Barcelona? Posiblemente. Ese día comenzó la génesis de esa criatura que hoy redefine a este juego en cada presentación.
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