El viernes en el Estadio Monumental Argentina y Bolivia volverán a verse las caras, con un detalle no menor, todavía no se vendieron ni la mitad de las entradas y se esperan menos personas que en el primer partido de las eliminatorias frente a Chile. La selección ya no vende, no ilusiona, no genera nada. Ni siquiera importa que juegue el mejor jugador del mundo.
Poco importó que se hayan bajado el precio de las entradas en un 25 por ciento, con respecto al último partido. Otra vez, en la cancha de River habrá un sensación de frialdad, ya que se esperan solo 30.000 personas. No hay entusiasmo. El declive futbolístico de las estrellas europeas cada vez que se ponen la camiseta argentina no contagia. Pensar que hace pocos años Gabriel Batistuta y Hernán Crespo nos traían goles desde Italia. Ariel Ortega dejaba a los rivales tirados de tantos enganches. Juan Sebastián Verón venía de Inglaterra con sus trajes Versace y daba clases de como se le pegaba a una pelota. Por su parte, Roberto Ayala daba seguridad en el fondo con sus anticipos imponentes y Juan Pablo Sorín daba clases de lo que era ser capitán de la Selcción argentina, derrochaba amor propio, entusiasmo, dejaba el corazón en la cancha. Por nombrar a algunos.
Quizás no era la mejor Argentina de la historia la que veíamos hace diez años, pero por lo menos valía la pena pagar una entrada. El Monumental estaba repleto, hoy está con agujeros. En el nombre por nombre cada jugador la rompe en la Liga que le corresponde, desde Argentina y Brasil, hasta Portugal, España, Italia, Francia, Rusia, inclusive. Pero sin embargo cuando llegan acá, nadie los espera. Los jugadores, algunos, pasan esquivando cámaras por Ezeiza, ya no hay miles de personas pidieron autógrafos. Ya no hay nada, porque no lo generan, y queda demostrado en las taquillas.
El dolor de la eliminación en Sudáfrica, la salida confusa de Alfio Basile en su momento, el discurso de Diego Maradona pegandole a todos, la renuncia de Juan Román Riquelme, el “me quedé sin energía” de Marcelo Bielsa, “el que no salta es un inglés” para Verón, las piñas a Javier Zanetti, la eliminación temprana de la Copa América que organizamos, las peleas internas, los amiguismos, las acusaciones, las cometas, la infinidad de técnicos, el rechazo a Julio Grondona, la falta de identidad, las criticas constantes, la falta de autocritica, el más de lo mismo. La gente se cansó. No se banca más nada.
En Santa Fe se llenó un estadio de 47.000 personas durante la Copa América y la selección se fue silbada, fue la noche en la que explotó todo, en la que Messi jugó uno de sus peores partidos con la Celeste y Blanca. Cincos meses después, en Capital Federal, ya no se llena el estadio para insultar, directamente la gente no va. Dejando una imagen muy triste con respecto al mundo. Ni el folklore del color nos quedó.
En la ciudad con más habitantes del país la gente ya no paga una entrada por la Selección. Con tantos estadios nuevos, modernos, es hora de que las sedes empiecen a intercalarse. Córdoba, una ciudad futbolera, espera con más de 55.000 lugares. Quizás la gente de Santa Fe quiera revancha en la cancha de Colón, aunque también Mendoza y La Plata están a la altura.
Se habló mucho en la previa si el Monumental iba a ser la sede frente a Bolivia, tal vez, sea la última. El negocio en Capital Federal está casi terminado.
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