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Persevera y triunfarás: del dicho al hecho

Ni los ocho subcampeonatos que le colgaron el cartel de perdedor pudieron detener la incesante carrera de Héctor Cúper, el técnico argentino que llevó a Egipto a disputar el tercer Mundial de su historia. ¿Qué le permitió seguir adelante a pesar de tantas caídas? De la frustración a la tenacidad, una y otra vez.

Lo único necesario, casi obligatorio, era no perder. Sólo con eso le alcanzaba a Huracán de Parque Patricios, allá por 1994, para volver a gritar campeón, en Primera, después de más de veinte años de aquel imborrable título de 1973. Pero no. La historia giró media vuelta y, en otro de sus caprichos, le dio la espalda a un equipo cuyo director técnico, en su primera experiencia, acababa de darse un golpazo fortísimo, de frente, con su primera gran decepción. Aquella derrota del Globo, por 4 a 0 ante el Independiente de Brindisi -ídolo quemero y artífice de una grotesca paradoja-, fue llanto, pena y desilusión para unos, y alegría incalculable para otros. Pero además, fue el primero de los puntos suspensivos que marcarían la trayectoria de Héctor Raúl Cúper: el hombre que devolvió a Egipto a un Mundial tras 28 años de ausencia; y que, en el universo del exitismo, resignificó el fracaso y lo transformó en persistencia.

Septiembre de 1993. Cuando tomó el mando de aquel necesitado Huracánque hacía equilibrio para no caer del precipicio, Cúper plantó rápido la bandera de su fútbol: “Tengo un estilo que es muy sencillo resumirlo. Pretendo que el equipo juegue cuando tiene la pelota y, cuando no, que la recupere lo más rápido posible”. Recién venía de quitarse la camiseta -jugó en el Globo entre 1988 y 1992-, y ya se ponía el buzo de entrenador. Diez victorias, cinco empates y cuatro derrotas. Así, el Huracán de Cúper pasó de padecer en la zona baja del descenso a quedar, literalmente, a un paso de la gloria: fue subcampeón, con 25 puntos, a tan sólo uno de los 26 que consagraron a Independiente en el Torneo Clausura 1994.

Esa instancia de aproximación con el triunfo sería, de allí en más, el denominador común en la carrera de un técnico que, con ocho subcampeonatos y tres títulos en 25 años de actividad, aún hoy carga y convive con la marca de haber disputado muchas más finales de las que pudo ganar. Un estigma al que muy pocos logran sobreponerse, y menos aún sobrellevarlo.

Es un tipo preparado para miles de batallas”, recuerda Hugo Morales, exjugador de aquel Huracán, entre otros, y de la Selección argentina. “Perdimos la final y venía en el micro, saliendo de Avellaneda, hablándole a todo el grupo. Y todos lo escuchábamos porque siempre fue de carácter fuerte”. Y detalla: “Siempre sabiendo y aclarando lo que se venía después. Imaginate que para mí, a los 16 años, el fútbol recién arrancaba. Era como tu papá cuando te retaba por algo que hiciste, pero que ya estaba y había que levantarse”.

Y así lo hizo. Rápido, como esos boxeadores que, cuando caen, no quieren que el árbitro atine, siquiera, a iniciar el conteo. En 1996, al frente de Lanús y poco después del traspié sufrido con Huracán, Cúper hizo historia y obtuvo la primera de las que, hasta ahora, son sus únicas tres conquistas en la dirección técnica: la Copa Conmebol -equiparable a la actual Sudamericana- fue el primer título internacional en la vida del Granate. Pura reivindicación y resiliencia deportiva.

Huguito Morales, quien fuera llevado al sur por el mismísimo Héctor después de haberlo dirigido en Parque Patricios, y uno de los más destacados de aquel equipo, trae al presente aquellos años: “Él estaba dando sus primeros pasos y a mí me tocó estar ahí,

Hugo Morales, en Lanús, bajo la conducción de Cúper.

de lleno, cuando él arrancaba como técnico. Y uno se daba cuenta de que, como entrenador, iba a ser exigente como cuando jugaba. Me acuerdo de que, durante el año que lo tuve como compañero en Huracán, también era así”. Y explica: “Siempre fue muy laburador. Por eso logró tantas cosas, por eso todavía sigue en el fútbol y, por eso, también, ganamos aquel título en Lanús. Por sus convicciones, su trabajo y su humildad”.

Las convicciones, por encima de los resultados. Para Cúper, siempre fue así. Dos finales de Champions League (ambas consecutivas y con Valencia, en 2000 y 2001), una Recopa de Europa, una Copa del Rey, una Serie A, una Copa de Grecia, el inicio de su línea temporal en Huracán y hasta una Copa Africana de Naciones, con la misma selección egipcia que dirigirá en Rusia 2018, componen la larga lista de segundos puestos que signaron la vida profesional del nacido en Chabas, Santa Fe. Una mochila repleta de kilos de derrota, en un mundo en el que, según algunos, la historia la escriben los que ganan.

Huguito, testigo presencial de aquel punto seguido entre Huracán y Lanús, entre el fracaso y el éxito, recuerda: “Él sabía que un tropezón no era más que eso y que la vida continuaba. Y te lo hacía saber. Por su forma de trabajo y su exigencia, sabías que había que recuperarse y levantarse, para al otro día volver a trabajar, trabajar y trabajar”.

Previo a la aparición de Simeone, Pochettino, Pellegrino, Berizzo, Pizzi y compañía, Cúper fue el primer y único director técnico argentino en convertir su incursión en Europa, en estabilidad y permanencia. Veinte temporadas ininterrumpidas, sentado en los bancos de diferentes clubes y ligas del primer mundo futbolístico. “No dirigió nunca más en Argentina. Estando afuera, se han dado cuenta de que es un tipo que labura bien y que siempre estuvo ahí. Y dirigió en equipos chicos, grandes y medianos, pero siempre ahí, siempre en la pelea”, opina Hugo Morales. Y agrega: “El tipo tiene algo. Hasta agarró una selección con dos Mundiales jugados en su historia y la clasificó a otro. Tuvo buenas y malas, pero, sin dudas, tiene algo”.

Y eso de lo que es dueño, quizá, sea la capacidad para haberles arrebatado algunas páginas de historia a los ganadores que creen poder escribirlas todas. Demostrar y demostrarles que el convencimiento supera resultados; y que perseverar, tarde o temprano, también puede ser una forma de ganar. Al menos la que encontró Héctor Cúper.