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Independiente y la calesita de la autodestrucción

La histeria en el fútbol argentino fue uno de los temas más tratados en las últimas semanas. El ejemplo perfecto es el de Gabriel Milito, quien se alejó del Rojo tras sólo 19 partidos al frente del equipo. Lo reemplazará Ariel Holan, con una intención similar: recuperar la identidad.

La llegada del “Mariscal” al club que lo vio crecer, madurar, ser campeón y retirarse con un estadio repleto de hinchas, generaba ilusión aunque también dudas. La trayectoria de Gabriel Milito, sus ideas y claridad conceptual eran motivo de entusiasmo. Por otro lado, el miedo por tratarse de un club como Independiente que ya vio pasar por el banco de suplente a varios ídolos, en un contexto desesperado de títulos -14 años de sequía a nivel nacional- y también su poca experiencia como entrenador, ya que sólo había tenido un breve paso por Estudiantes de La Plata. Este último factor es otro de los puntos donde Ariel Holan deja dudas: si bien trabaja desde hace varios años en el fútbol, sólo en Defensa y Justicia estuvo al frente del cuerpo técnico. Le fue muy bien en primera instancia, aunque luego la irregularidad le ganó y dejó su cargo.

La desesperación del hincha de Independiente bien podría ser contada por Jorge Almirón o Mauricio Pellegrino, quienes nunca tuvieron un apoyo numeroso por parte del público más allá de cosechar algunos buenos resultados. A la primera de cambio o a la primera frustración, el clima se tornaba hostil. La llegada de Milito, se esperaba, calmaría un poco las aguas. La lógica indicaba que al capitán del último título local se le tendría más paciencia. Pero el fútbol argentino carece de lógica, y en Independiente la falta de alegrías mientras los demás grandes festejan ha llevado a un exitismo aterrador.

Milito arrancó mal, ya que en su debut oficial Independiente se despidió de una competencia. Defensa y Justicia -justo con Holan como entrenador- lo tachó de la Copa Argentina en un partido parejo en el que la ausencia de Víctor Cuesta –en Río de Janeiro para los JJ.OO- y la lesión de Hernán Pellerano lo obligaron a improvisar con Julián Vitale de primer marcador central. De poco sirven las explicaciones en el país en que perder es sinónimo de pecado.

Independiente mejoró en los siguientes partidos. Ganó sus primeros dos encuentros del Torneo y eliminó con firmeza a Lanús –el último campeón- de la Copa Sudamericana. No obstante, la ilusión duró poco: la eliminación por penales ante Chapecoense terminó con la certeza de que no se gritaría campeón en 2016, y tampoco habría clasificación a la Copa Libertadores del año próximo. La frustración una vez más daba paso a la histeria. Del aplauso al silbido hubo una diferencia mínima: un penal de Sanchez Miño, si se requiere de más precisión.

El juego del equipo se vio claramente afectado tras aquel traspié sudamericano. Ya no se veía la misma frescura para intentar dominar desde la posesión. Ni movilidad, ni variantes e incluso la seguridad defensiva lograda en un principio fue cada vez menor. Milito tiene seguro mucha responsabilidad por ser el encargado de elegir a los jugadores, y también –junto a la dirigencia- quedó en deuda con el mercado de pases. Pero no se le puede negar que movió fichas una y otra vez y sólo se encontró con rendimientos individuales muy bajos. Aun así, en Rosario ante el Rosario Central de Eduardo Coudet, jugó un gran partido y mereció llevarse la victoria. El gol se negó, como ya lo había hecho ante Gimnasia y como volvió a negarse en el Libertadores de América ante San Lorenzo. El cicló tocó fondo en la humillante derrota ante Racing (3-0) y el “Mariscal” ya tambaleaba en su puesto.

El Libertadores de América ardió de bronca cuando Independiente recibió a River, y en un partido mediocre el gol de Diego Vera para el triunfo dio un mínimo de alivio. Aquella sensación de recuperación pareció confirmarse en Santa Fe tras el triunfo ante Colón, pero la irregularidad reapareció ante Banfield en el último encuentro del año. Fue derrota sobre el final, y otra vez, un clima difícil lleno de insultos y silbidos. Milito decidió que así no podría. Que sus ideas precisarían de tiempo para ganarle a la irregularidad, y el hincha no estaba dispuesto a brindárselo. Ahora se da otro cambio de rostros. Holan se sube a la calesita, con la intención de triunfar en el club al que ama desde chico, cuando desde la popular a Ricardo Pavoni por levantar una Libertadores atrás de otra.

Así Independiente sigue viendo cómo los técnicos pasan por la calesita y deciden bajarse. Los discursos de paladar negro y exigencia se volvieron devastadores. Pasan entrenadores y también planteles pero la no aceptación de la derrota deriva en un volver a empezar constante. Será difícil, además, con una comisión directiva que si bien realizó avances desde lo institucional, parece desconcertada a la hora de tomar decisiones futbolísticas. Independiente no tiene proyecto, sólo el deseo de ganar de inmediato y como sea. Así las cosas, será milagroso si algún técnico llega y logra el ansiado título de un día para el otro. Ariel Holan ya dio indicios de algunas cosas que pretende. Algunas de sus palabras preferidas son identidad, capacidad, gestión, y yendo más al campo de juego, dinámica e intensidad. Buscará que su equipo sea agresivo como los de Bielsa o Simeone a la hora de recuperar. Que transmita pasión. Esa puede ser una gran forma de ganarle a la impaciencia del hincha.

Por Alan Alberdi. (@AlanAlberdi)