“El partido fue parejo, la cancha estaba pesada porque tenía el pasto muy largo, más de lo normal. Además, hacía mucho calor. Ellos, al ser locales, trataron de sacar provecho de nuestros errores. De todas maneras, creo que el empate fue justo”. Así, simplón, sin mucha autocrítica; ése fue el análisis de Matías Jesús Almeyda, luego del Almirante Brown 1- River 1, jugado en la calurosa tarde de Isidro Casanova.
Vale aclarar que el pasto no tiene la culpa de que Daniel Vega no salga a cortar un centro ni con una orden del juez, no tiene la culpa de que Luciano Vella juegue con un balde en la cabeza, ni de que Jonathán Maidana haya bajado muchísimo su nivel.
Mucho menos es culpa del pasto que Rogelio Funes Mori no sea digno de la camiseta de River, ni siquiera de jugar en la División Reserva. No es por la cancha de “Bron” -que vivió una fiesta recibiendo al Millonario- que Fernando Cavenaghi luce excedido de peso, y que sólo lo salve su inagotable calidad para ajusticiar delanteros rivales.
No tiene la culpa el verde y prolijo césped del Fragata Sarmiento de que Juan Manuel Díaz sea tan apático como Arano, que Leonardo Ponzio juegue permanentemente al bochazo largo. Ni siquiera de que Daniel Alberto Villalva haya aparecido en el partido y sea lo más “picante” de un River ahogado; ese mismo jugador que en realidad no era tenido en cuenta por el técnico.
No tiene la culpa el césped de Almirante de que Matías Almeyda no practique pelotas paradas, de que cada una de las que cae en contra sea medio gol y cada una de las que hay a favor sea pelota o contra para el rival.
El cuerpo técnico de River luce amateur. Almeyda no da indicaciones. A esta altura parece que no sabe. Amato es una figura decorativa y Carlos Roa, debe enseñarle urgente a Daniel Vega que en los córners y en los centros cruzados se sale a buscar la pelota.
River apenas igualó 1-1 con un laborioso Almirante Brown, que jugó el partido de su vida. Arrancó bien los primeros ’20, con autoridad y jerarquía, parecía que los malos tragos ante Boca habían quedado en el pasado, hasta Cavenaghi recuperó su instinto asesino. Sin embargo, con el 1-1 tras un centro cruzado, River desapareció.
Mejor dicho, volvió a ser el equipo que suele ser. Sin el Chori lúcido, se repitió en las escaladas inútiles de Vella, las definiciones insólitas de Funes Mori, la tardanza excesiva de Cavenaghi, las malas decisiones de Ocampos y el escaso peso de Ponzio. Cuando salió el Chori, fue aún peor. River se vio como el de Mendoza ante Boca: con la pelota, pero sin saber que hacer con ella.
River culminó la primera rueda con 34 unidades sobre 57 posibles. Es poco. Sobre todo por el equipo – los apellidos, bah- que tiene. El conjunto sigue escolta de un Instituto que apenas igualó en Caballito, pero le falta madurar mucho para ser un equipo. Ojalá fuera cuestión del largo del césped. Para empezar, River necesita un técnico.
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