Faltan pocos segundos, el “Cholo” Guiñazú no quiere que la historia siga igual. Ya pasaron 12 años de una historia de pálidas, de dolores, de sufrimientos y humillaciones con tonada cordobesa. Hace 12 años Talleres empezaba un camino en caída libre del que no parecía volver. Pero volvió.
Desde antes del partido contra Boca Unidos, el ambiente, la atmósfera en Córdoba Capital era azul y blanca. Se sentían vientos de ascenso, en todos lados. Desde el taxista, hasta el canillita. O el tipo que en un supermercado, mientras descargaba una res de carne que le decía al compañero: “El viernes ganamos y vamos a ver a Jiménez para festejar el ascenso”. No importaba que faltara un partido de Chacarita, no importaba el frío y la humedad de la capital cordobesa. El festejo se venía cocinando a fuego lento para después encenderse del todo.
“Oscuro” en Brasil, pide alocadamente en redes sociales que le pasen un link con el partido. O dos, porque hay que estar con una oreja en Floresta y la otra en San Martín. Chacarita luego de ganar en San Luis, parecía alargar más el festejo y alimentar a un monstruo que nadie quería enfrentar: la infelicidad del tallarín. Por los grupos de amigos de WhatsApp se maldecía el gol de All Boys, y solamente un esperanzado pedía tranquilidad, porque “ya lo dan vuelta”.
Es domingo, en Córdoba nadie camina por las calles. El frío ayuda para que eso pase, pero en la tarde, que juegue Talleres y tener el grito atragantado por tantos años, es la razón verdadera para que ni un alma pase. Salvo alguno de la contra, o alguien desorientado o quien no sea cordobés. El grito desaforado de la gente en la vereda, de los estudiantes desde las ventanas, en la filial de Villa María con Gustavo que llevó a su hija Delfina y su hijo Juan David. En los días previos avisaba: “Le compré todo para que no tenga frío, pero para que esté a la altura”. Los tres de naranja, con ese color que tanta suerte le trajo desde el Federal A, pero siempre con las rayas blanquiazules en el alma y en el brazo. Ese que se tatuó luego de llegar de Chaco y acompañar a un amigo verdulero que lo llevó a conocer al amor de su vida: “El tipo no mandó fruta… ni verdura” tira en una especie de chiste. No puede más. Llora. Que lo siga haciendo.
“CachiTo” se hace llamar así. Con la “T” bien en grande, como el orgullo que tiene. Hay gentes anónimas que se hacen familia, que se hacen uno. Que se mezclan con el aroma de los choris, pero ya habrá tiempo para comer, ahora hay que festejar. Y pedirle al dios del fútbol, que estas horas sean eternas. Ellos harán su parte.
Las banderas pintan el Patio Olmos. Todos, agradecidos por esos jugadores que se vistieron de héroes. Por esos que se multiplicaron, para que la falta de Burgos –uno de los mejores- no se notara. Ellos que reciben esta tarde helada, en medio del calor que viene desde Barrio Jardín. Los que cantan por Kudelka, los que se acuerdan de los primos, los que no se olvidaron nunca de ellos ni de su historia. Talleres ascendió. Talleres es de Primera.
En medio del aturdimiento de las bombas, solo queda el recuerdo de Laura Garay. Ella, pide que le hagan recordar a Diego Garay. A uno de sus ídolos. Ella, luego del partido contra los correntinos –una semana antes- había pasado uno de sus poemas, “Patética” donde escribe sobre los que prefirieron a otras u otra cosa antes que a ella:
“Antes que a mí
Él prefirió a otra
Aquel eligió a su ego
Este a su mamá
Otro prefirió a su raza
Otro a su panza
Y aquel a la distancia”.
La lista sigue, pero termina con una y contundente razón por la ida suya: “Otro cantaba como la hinchada de Velgrano. Y a ese lo dejé yo… Lo dejé yo…”.
En medio de la felicidad que camina por las calles de Córdoba, con los colores de una mitad, solo queda desearle una buena noche al tipo del supermercado. Que como todos los que están con esta emoción en los abrazos, en los rostros, en el alma después de 12 años, van a cantar hasta tarde. Van a hacer lo mismo que en un baile de “La Mona”. Van a hacer largo, lo que empezó a eso de las seis de la tarde. Que este domingo haya sido viernes… Un viernes, a lo Talleres.
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