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Franco Armani, un sueño con aroma a religión y canalización

Cómo la palabra de un pastor y de su abuela difunta en un canalizador de ángeles influyeron en el nuevo arquero de River Plate.

Tal vez la peor de las posiciones dentro del campo de juego sea la del portero. De héroe a villano en un instante. De ser una muralla a la representación en vida del personaje Clemente de la historieta de Caloi. Este último no parece ser el caso de Franco Armani, que llegó a Atlético Nacional en 2010 sin nadie que lo entreviste ni le pida una foto en el aeropuerto de la ciudad a ser despedido -siete años más tarde-  por más de 30.000 personas en el Atanasio Girardot antes de emprender viaje a Buenos Aires para jugar en el “Millonario” a cambio  de ejecutar la clausula de rescisión de cuatro millones de dólares.

A sus 31 años de edad, arriba al “club más grande de Argentina”, según sus primeras palabras al arribar al Aeropuerto Internacional de Ezeiza. Tardó unos días en poder estampar la firma. No por él, si no por falta de avales para el depósito del dinero. De esta forma, buscará cumplir dos sueños: el primero atajar en River Plate, el segundo es de lograr un lugar en la nómina de 23 que viajarán al Mundial de Rusia a mediados de año. Se le puede dar de dos formas: con el seleccionado argentino o con el colombiano si logra tramitar la doble nacionalidad.

Sin embargo, el camino a la cima fue tenebroso. Casi no jugaba y, cuando tuvo la oportunidad, se rompió los ligamentos en 2012. Conoció la iglesia evangélica, se hizo amigo del pastor de la misma, y de yapa una amiga lo llevó para que hable con un médium que utilizó palabras exactas de su abuela fallecida para hacerle saber que a sus casi treinta años llegaría su gloria deportiva.

El desgarro de Gastón Pezzuti a los 10’ del PT ante Junior de Barranquilla -el 19 de julio de 2012- le daba la posibilidad a Armani de ingresar. Victoria por 3 a 1 pero el argentino sufrió una rotura de ligamentos. El destino le jugó el, tal vez, peor partido de su vida. Después de eso nada sería igual.

Durante la recuperación se pasaba las mañanas durmiendo evitando a los médicos. Entrenaba a un costado y temía tirarse al suelo. Empezó a ir a la iglesia (a quien le atribuye todo lo que le empezó a pasar en el deporte) hasta que se convenció que “Dios existe”. Además, se hizo muy amigo del pastor al que llama antes de cada encuentro para orar a ese Dios, que parece lo ha escuchado.

Se recuperó en 2013 y supo aprovechar su chance. La salida del argentino Pezzuti, sumado el bajo rendimiento de Luis ‘Neco’ Martínez y las convocatorias al seleccionado Sub-20 de Cristian Bonilla, le permitieron resurgir frente a Deportivo Cúcuta por un partido del torneo colombiano. Atajó un penal y evitó que el ‘Verde’ cayera. De repente empezó a ser ídolo. Vino un tricampeonato sumado a tres ligas más; tres copas colombianas y dos Superligas. Una copa Libertadores (2016) y una Recopa Sudamericana (2017). Además, posee el record histórico del fútbol colombiano con 1.046 minutos sin recibir goles.

Franco Daniel Alejandro no incursionó en el arco por arte de magia. Su hermano mayor, Leandro ‘Beto’ Armani – ex delantero de Tiro Federal y Newell’s – lo mandaba bajo el marco del garaje del fondo de su casa en el Barrio Centro de la localidad de Casilda (Santa Fe). Allí, en tierras donde nació el actual entrenador del seleccionado nacional de fútbol Jorge Sampaoli, se vestía de arquero para ir a la escuela: se ponía lo guantes  y atajaba pelotas, medias ensambladas y papeles abollados.

Viajaba de Casilda a Rosario para entrenar en Central Córdoba. Del elenco rosarino emigró con el sueño de conquistar el mundo y arribó a Estudiantes de La Plata. Se topó con la imposibilidad de debutar en el ‘Pincha’ porque atajaba un ‘tal’ Mariano Andujar. Armani solía quebrar en llanto en las concentraciones. Extrañaba sus pagos cuando surgió la posibilidad de Ferro a sus 20 años. Fue en busca de minutos, se encontró jugando tres partidos en dos años en el Nacional B, percibiendo -en muchos casos- sólo el 10% de su sueldo y viviendo en la pensión del club que lo cedía porque no le alcanzaba para pagarse un alquiler.

La frustración invadía toda la humanidad de Franco cuando Felipe de La Riva lo llamó para su Deportivo Merlo de la B Metropolitana. Titular indiscutido de un equipo que logró el ascenso a la segunda división del fútbol argentino. Le renovaron el préstamo y le alquilaron un departamento en la capital bonaerense. En calle 41 entre 3 y 4 tomaba el ómnibus rojo con destino a Capital Federal. De la Ciudad Autónoma se subía al auto de un compañero con destino a los entrenamientos en Ezeiza hasta que desde la directiva le otorgaron un Ford Fiesta.

Por esas casualidades (o causalidades) de la vida  el ‘Charro’ se midió con el conjunto colombiano en un amistoso en junio de 2010. Los dirigentes quedaron impresionados con la actuación de Armani  y decidieron hacer una oferta: el defensor Juan Bravo y el delantero Oswaldo Blanco por Franco Armani. Aceptaron, y allí arrancó la travesía del santafesino.

Arribó en junio de 2010 para ser el quinto portero. Jugó un solo partido ese año por Copa Colombia y no pudo atajar ninguno de los cinco penales que le patearon. Tuvo dos años más en lo que alternaba entre suplente y tercer arquero. Cuando encaró al director técnico Juan Osorio sobre si lo tendría en cuenta para la temporada del 2013  -porque existía la posibilidad de volver a Deportivo Merlo–  éste quedó en responderle después de aquel cotejo ante Junior en 2012. Ese maldito (bendito) encuentro.

Por Gastón Amestoy.