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Una pelota de fútbol pica en una cancha, se aleja, caprichosa y decidida de todos los que la corren, al costado sin estar jugando, un nene la toma con la manos para devolverla, es la primera vez que ve una y ya el amor es para siempre, nunca más podrá despegarse de aquella mirada inicial, es amor a primera vista.

Este podría ser el recuerdo de cualquier argentino promedio, de cualquiea críado entre otros como él, uno más de millones que ve una esfera de cuero inflada con aire y lo identifica como la forma de los sueños, del amor y de las fantasías.

El hincha promedio arranca así, el segundo recuerdo que nos solía atar a esto era decir “Maradona” cuando hacías una jugada buena o algo que sorprendía a propios y extraños, esos dos símbolos nos marcaban por igual, el objeto de deseo y la perfecta concreción de ese deseo hecha nombre

Diego Armando Maradona era mucho más que un jugador de fútbol, era el emblema de todo lo que rodea al fútbol, era no solo el más grande jugador de la tierra sino también un ícono de que los sueños pueden cumplirse, que el mundo es para todos aunque no hayas tenido ni la más mínima chance.

El Diego creció en la nada, entre muchos hermanos y poco sueldo, pero críado por Doña Tota y Don Diego, que lo apoyaron dándole inclusive cosas que ni ellos tenían.

Y el Diego les cumplió, les compró su casa con su primer plata grande, los hizo conocer el mundo y los llevó a todos lados como sus escudos y su ejemplo, con ellos saldó una deuda que nunca consideró saldada, pero los que somos hijos sabemos que lo hizo.

Y el Diego se lo ganó solito, desprovisto de las oportunidades que otros tenían, apoyado en un talento imposible de emular, logró sacar adelante su sueño, que no era solo suyo, sino de todos.

Pero no era solo un jugador que jugaba bien, era además, dueño de un corazón 5 estrellas, de esos que conmueven a rivales y compañeros, un pequeño e indestructible guerrero que si se tenía que tirar arriba de una granada, lo hacía sin pensarlo.

Ese era Diego.

Lleno además de una chispa única, de una personalidad desafiante que siempre era estricta con el poder y los villanos pero tierna hasta más no poder con aquellos que necesitaban de su amor, de su ayuda.

El Diego nos atravesó a todos, nos dejó una marca imborrable en el corazón que recordaremos en cada latido, por él supimos disfrutar de la gloria máxima, por su enorme corazón latimos todos al mismo ritmo.

No sé que será de la vida después de este 25 de Noviembre de 2020, lo que si sabré es que nada será igual, nada volverá a tener la forma, el olor o el gusto que tenía, el Diego con su ida apagó una de las brasas de nuestro corazón, una que mantuvo encendida hasta hoy.

¿Mañana? No se sabe, tampoco es nos preocupa, el mundo es hoy un lugar imposible y sin Maradona en él solo queda esperar un milagro.

Hasta siempre Diego, no te merecimos nunca y eso no nos hizo menos a tus ojos, siempre para vos fuimos lo más importante y no, no hay manera de agradecértelo viviendo una sola vida.

Te amo Diego, te amo para siempre.