Arsène Wenger se convirtió en un símbolo del fútbol inglés gracias a su larga estadía en el Arsenal, lugar al que llegó hace ya 20 años y con una lluvia de interrogantes sobre sus valijas. El técnico francés aterrizaba sobre un fútbol inglés que miraba receloso a cualquiera que viniera desde afuera de las islas británicas, y más si ese entrenador provenía del fútbol japonés, que en aquel entonces no se había expandido como lo está ahora. Si bien el 22 de septiembre de 1996 se presentó ante los medios, no fue hasta el primero de octubre que hizo su gran debut.
Las puertas del Arsenal se le abrieron tras la escandalosa salida de George Graham, que fue despedido por haber aceptado un soborno que alcanzaba las 425 mil libras de parte del representante de John Jensen y Pal Lydersen para que sean contratados en el club. En el medio, tres interinatos. Su llegada revolucionó todo desde un primer momento. La historia cuenta que fue David Dein, entonces vicepresidente del club quién tuvo la idea de contratarlo, a pesar de que ese pensamiento ya había rondado por su cabeza en 1989 cuando cenó con Wenger, que en aquel entonces venía de ganar la Ligue 1 con el Mónaco, tras encontrarse de imprevisto en un derbi ante Tottenham que el técnico francés había ido a ver aprovechando un fin de semana libre de la liga francesa. Con Graham establecido en Arsenal y Wenger cómodo en Mónaco tras un truncado paso por el Nancy en donde sumó más derrotas que triunfos, la cena sólo fue informal, aunque dejó una grata impresión en Dein que se aseguró de que en algún momento, Arsène fichara en su club.
Pasó un año en Japón. Nagoya Grampus fue su estadía en el país nipón. No había sido un destino que lo atrajera futbolísticamente, pero Arsène priorizó conocer una nueva cultura, que al final lo encantó. Cuando Dein propuso por segunda vez su nombre para tomar las riendas del club, el francés dudó, ya que se había adaptado rápidamente a una cultura distinta que le fascinaba y a su vez estaba a la espera de su primera hija. Debía decidir entre seguir en un estilo de vida distinto, o acercarse un poco más a su familia, aunque siguiese fuera de su Estraburgo natal. Priorizó lo segundo. El proyecto y las facilidades que permitía un club de la envergadura y de la infraestructura de los Gunners, fue una tentación difícil de resistir.
En su espalda cargaba la responsabilidad de callar a la prensa que titulaba “Arséne who?”, y además de cambiarle la cara a un equipo que aburría a los fanáticos por su fútbol pragmático y defensivo, propio del juego inglés de aquel entonces, a pesar de haber gritado campeón seis veces en los nueve años que estuvo Graham, que obtuvo dos First Division en 1988-89 y 1990-91; dos League Cup en 1987 y 1993, una FA Cup en 1993 y una UEFA Winner’s Cup, la antigua Recopa, en 1994. Pero además, llegaba a una liga que sólo contaba con un entrenador que no era británico: el holandés Ruud Gullit era por entonces el jugador y a su vez técnico del Chelsea. Otra demostración más de lo conservador del fútbol inglés. Sin embargo, Wenger llegaba con la esperanza de revolucionar un fútbol poco vistoso y de, además, cambiar de fondo el club, labor por la que trabajó día y noche y que con el correr de los años, terminaría dando sus frutos: en estos 20 años, Arsenal construyó un nuevo estadio y nuevas instalaciones deportivas para los entrenamientos. Pero sobre todo, el francés trajo un nuevo método de entrenamiento y un estilo revolucionario para la mentalidad cerrada de aquella época.
Su revolución fue total. Desde modificar hábitos alimenticios (lo que se conoce como el entrenamiento invisible), y se preocupó por la vida privada de los jugadores, casi como un padre más, aunque nunca involucrándose más de lo estrictamente necesario; hasta los métodos de entrenamiento, más profesionalizados e introduciendo algo básico para el fútbol, la pelota y algo que en la actualidad parece una obviedad, que es el enfoque del día a día en base al rival del próximo partido. Los jugadores de los que disponía ayudaron mucho a la idea que disponía Wenger y se adaptaron con facilidad a su sistema de juego. Patrick Vieria le dio el salto de calidad al mediocampo, y Nicolas Anelka se convirtió en un delantero imprescindible. Vieira llegó antes que el propio Arsène, casi como un regalo que cayó del cielo, mientras que el Puma recaló con sólo 17 años, un año después de debutar en Mónaco. El fantástico holandés Dennis Bergkamp, que estaba en el club desde 1995 y que supo dar varios pasos hacia atrás desde un fútbol adelantado como el de los Países Bajos a uno retrógrada como el de Inglaterra, terminó explotando de la mano de él. Su primera temporada, el fútbol que demostró su equipo, que fue retribuido con títulos (Premier League y FA Cup), sirvió para acallar cualquier murmullo de la prensa y despejó rápido todas las dudas que cayeron sobre él. Los siguientes tres años quedaron con un sinsabor notable por la falta de títulos (quedó por detrás del Manchester United en esas tres ocasiones), aunque volvió a repetir el doblete de liga y copa en la temporada 2001-02. Por si fuera poco, su equipo causó sensación en la liga ganada en 2003-04, gracias a los jugadores talentosos que tenía en el plantel, que contaba con una defensa sólida y la ayuda en el ataque de un asentado Bergkamp sumado a Robert Pires y Thierry Henry.
Sin embargo esa primeras temporadas, a la larga, le terminarían jugando una mala pasada. La vara quedó alta, el legado que dejaron esos primeros años era difícil de equiparar, y los hinchas se habían acostumbrado a ganar. Para colmo aquel mencionado equipo que maravilló a todos, hizo que gran parte del ámbito del fútbol volviera a poner sus ojos en la liga inglesa. Pero hubo un punto de inflexión: la construcción del Emirates Stadium le recortó mucho el presupuesto a un hombre que cree fervientemente que la calidad de fichajes que hagas en el verano, va a marcar el rumbo de la temporada. Es cierto, igualmente, que fue el propio Wenger quien impulsó el proyecto, a sabiendas que un estadio con capacidad de poco más de 30 mil personas, quedaría corta si su ambición era seguir ganando títulos. Esto obligó a ser inteligente al francés, que comenzó a incorporar jóvenes talentos a un precio relativamente razonable para formarlos y venderlos con una ficha aún mayor. Así el caso de Cesc Fábregas, Robin Van Persie o Samir Nasri, entre otros. La idea era buena -a tal punto que en la actualidad la está reutilizando Mauricio Pochettino en el Tottenham ya que los Spurs también están construyendo un nuevo estadio-, pero Wenger no contaba con la irrupción de dos equipos que contaron con lo que el llamaría años después, el “doping financiero”. El Chelsea y el Manchester City recibieron una fuerte inversión en sus arcas y comenzaron de a poco a ganar terreno a base de una chequera abultada y de contrataciones de hombres de primer nivel. La ecuación es básica: figuras consagradas o jugadores en gran momento, contra potenciales estrellas a las que había que entrenar y fortalecer para que brillen en el futuro cercano. Las cosas se le hicieron muy difíciles a los Gunners que tuvieron que esperar nueve años para sumar una estrella más a su historia, cuando ganaron la FA Cup en 2014, hazaña que revalidaron con la Community Shield de ese mismo año, y repitiendo ambos títulos un año más tarde.
Su legado no sólo cambió la forma de vivir y sentir el fútbol al norte de Londres. El mítico Alex Ferguson, quien fuera el entrenador más exitoso y longevo en la historia del Manchester United, reconoció en varias ocasiones que tuvo que cambiar métodos de entrenamiento con tal de poder competirle de igual a igual al Arsenal. Ferguson y Wenger fueron los últimos “dinosaurios” de una camada casi extinta: 27 años pasó el primero hasta su retiro al frente de los Diablos Rojos, mientras que el segundo sigue escribiendo páginas en su historia Gunner. Números sorprendentes para un fútbol inglés en el que la media de duración de los técnicos está rondando entre uno y dos años. Wenger, con sus 20 años al frente del club, es el último gran DT que quedó en pie, resistiendo la vorágine de un fútbol cada vez más exitista.
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