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Brexit: después del salto al vacío

El Reino Unido empieza a hacerse cargo de su decisión, aunque las consecuencias de largo plazo son imprevisibles.

El día D fue el 23 de junio de 2016. Marcó un antes y un después… Literalmente. Nada será igual después de que el 52% de quienes se acercaron a las urnas en el Reino Unido decidiera que dejar la Unión Europea era una buena idea. Justamente la Unión Europea fue prácticamente la única experiencia de integración regional relativamente exitosa hasta el momento en la historia universal. Aunque suele sufrir algunos cimbronazos y limita las posibles herramientas de política económica que puede usar un Estado ante una crisis (pregúntenle a Grecia para más datos), sus perspectivas de largo plazo eran alentadoras.

¿Por qué, entonces, lo hicieron? Seguramente, por una combinación de factores, que incluyeron argumentos poco creíbles (un supuesto gasto de 350 millones de libras semanales en la UE, que podría transferirse directamente al sistema de salud), con preocupaciones reales de algunos sectores de la población (las pocas barreras a la inmigración), y cuestiones generacionales (en líneas generales, quienes eligieron votar a favor del Brexit eran personas de mayor edad).

Además, en el voto al Brexit también se manifiesta un enojo con la gestión económica de toda la clase política – similar al que impulsó la candidatura de Trump en Estados Unidos – y, sin dudas, se cuelan cuestiones históricas. “El Reino Unido no fue nunca un miembro convencido de la Unión Europea; siempre estuvo allí por conveniencia económica, renegando de la supranacionalidad y de la parte de dinero que le tocaba en relación a lo que tenía que aportar. De hecho, hizo un referéndum similar al actual en 1975, dos años después de unirse a la entonces Comunidad Económica Europea”, sostiene Martín Dieguez, Licenciado en Relaciones Internacionales en la Universidad de San Andrés especializado – entre otros temas – en la política exterior del Reino Unido.

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Cameron, el derrotado.

Por las razones que sea, el Brexit ya se votó y – si bien la elección no era vinculante – es prácticamente inexorable que el proceso comience, aunque su conclusión puede llevar años. Mientras tanto, el Reino Unido ya está empezando a enfrentar sus consecuencias, empezando por la renuncia de su Primer Ministro (David Cameron), que no apoyaba la salida y que convocó el referéndum pensando que su posición ganaría y que saldría fortalecido.  Apunta Dieguez que Cameron “apostó su carrera política: propuso el referéndum para negociar con la Unión Europea términos más favorables para el Reino Unido, y aún con esa amenaza consiguió resultados muy magros. Eso también influyó en el voto a favor del Brexit”.

Cameron pagó cara su equivocación, que desató una crisis política sin precedentes inmediatos, y fue reemplazado por Theresa May. La segunda primera ministra mujer en la historia del Reino Unido parece haber sido hecha a medida de una situación así en un territorio como ese. De bajo perfil, conservadora y decidida, sus formas recuerdan a su única antecesora femenina: la “dama de hierro” Margaret Thatcher. También se la asocia a la férrea Canciller alemana Ángela Merkel. May ganó la pulseada a otros dirigentes conservadores, como el histriónico Boris Johnson, que terminó nombrado como Ministro de Relaciones Exteriores luego de declinar sorpresivamente su candidatura para el puesto de Primer Ministro.

La flamante premier sostiene que la salida de la Unión Europea es inexorable porque el pueblo así lo quiso, pero no necesita ser inmediata. De hecho, antes de saber el resultado ella era partidaria de quedarse en la Unión Europea, pero cambió su posición al conocer la de los ciudadanos. En ese contexto, está esperando hasta fines de este año o principios del que viene para llevar al ruedo el artículo 50 del Tratado de Lisboa, que es el que regula las condiciones de salida de los miembros de la UE. A partir de su invocación, estipula dos años de negociaciones entre países para regular las condiciones de salida del país que la desee. Posiblemente el Reino Unido intente mantener algún tipo de tratado de libre comercio por fuera de la Unión, al estilo de Noruega o Suiza. Sin embargo, por ahora solo está intentando resolver sus problemas internos.

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May, todavía una incógnita.

Ese tratado sería conveniente para que el Reino Unido pueda evitar algunas consecuencias económicas que, si bien fueron advertidas desde la oposición al Brexit, no parecen haber sido escuchadas por la cantidad suficiente de personas como para mantener el status quo.  Entre ellas se cuenta, principalmente, la salida de varias empresas multinacionales que se asentaban en Londres por su condición de “capital financiera” de la Unión Europea, pero que al no contar con las facilidades de la integración comercial para operar entre países evalúan mover sus sedes, lo cual redundaría en un aumento del desempleo en ese país. Eso también podría suceder por el cambio de localización de plantas productoras de bienes exportables, como pueden ser los automóviles.  Por otro lado, existe preocupación por el debilitamiento de la libra esterlina frente al dólar y las fluctuaciones que empezaron a producirse en los mercados bursátiles.

Además de la política y la economía, existe un conflicto más en el Reino Unido, que por ahora es potencial pero que puede traer más de un dolor de cabeza a Theresa May en el corto plazo: la división interna. Escocia eligió permanecer dentro del Reino Unido, no por afinidad con Inglaterra, sino porque deseaba quedarse en la Unión Europea. La posibilidad de que revise esa decisión está permanentemente latente. Irlanda del Norte e inclusive la propia Londres (sí, por fuera de Inglaterra) podrían seguir sus pasos.

Podría afirmarse, entonces, que la crisis del Reino Unido tiene tres aristas fundamentales. La política empieza a resolverse con la asunción de May, la económica genera incertidumbre en el mediano plazo y depende de su pericia para gestionar, y la más compleja de las tres, el fantasma de la división interna puede generar nuevos problemas prontamente. América Latina, por la poca influencia que tiene el Reino Unido en su comercio internacional, no se verá afectada a priori más que por los coletazos globales de la drástica decisión que significa el Brexit.

Por último, ¿puede el Brexit no llevarse adelante? Efectivamente, eso puede suceder. La Unión Europea prohibió a los miembros negociar individualmente porque quiere usar el caso del Reino Unido como precedente, dado que ya existen reclamos de salida en prácticamente todos los países miembros – con más eco en algunos que en otros -.  Si el arreglo que proponga la Unión Europea resulta lo suficientemente perjudicial para el Reino Unido, éste podría echarse atrás e intentar permanecer en ella, aún en términos poco favorables (pero mejores que los de la salida). “La UE necesita una negociación rápida que le permita sentar ese precedente porque se está jugando su futuro”, concluye Dieguez.