Tras el auge que tuvo el rock barrial entre 1994 y 2004, el sub-género doméstico fue perdiendo terreno hasta ser reducido a la mínima expresión, en contrapartida con la expansión ilimitada del indie y (ni hablar) el mercado extranjero de música pop. Cromañon, dólar, cambios de paradigma, disolución de grupos legendarios, generación Z con otros gustos… Se puede armar una ensalada y discutir como ya se ha hecho en miles de notas; lo importante es poder dar vuelta la página y reflexionar acerca del presente.

Como reza el título y tal cual lo hace Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota en ‘Preso en mi ciudad’ (todo se relaciona, modo pandemia), el rock local llora porque está pasando hambre. Vive de recuerdos y se está comiendo las reservas de lo que el glorioso pasado le dejó. En la primera década del milenio ya se le venía advirtiendo que si no se amoldaba a los nuevos tiempos, los vientos de cambio no lo adoptarían para emprender ese viaje de revolución constante del cual se ha jactado entre los ’60 y ’90.

Como si eso fuera poco, la competencia con la vidriera gringa es tan desleal como lo era la industria nacional con la china hace 30 años. Es verdad que la ingeniería en cuanto a publicidad y marketing que manejan las empresas que están a cargo de los artistas internacionales no tienen punto de comparación con las locales, pero la idea es poder formar un espacio de reflexión y detectar los puntos clave para crear un circuito sustentable para todos los grupos de rock.  

Un asunto tan imprescindible como sufrido es el económico. Hasta hoy es casi utópico poder diseñar un ambiente nacional para que todos los artistas puedan viajar, tocar en cualquier lugar del país y generar ganancia en todos sus shows con una economía tan impredecible como la gambeta de Lionel Messi. Estados Unidos es una nación ejemplo en este sentido: para una banda común y corriente no es algo descabellado agarrar la camioneta, encarar la Ruta 66 y explorar diferentes pueblos y ciudades en búsqueda de nuevos seguidores, aún sin demasiada publicidad previa. La cultura musical está arraigada fuertemente en varios géneros, los músicos no se encierran en su lugar natal por miedo a perder su valiosa inversión y además pueden costear extensos recorridos.

Varios músicos locales aportaron su mirada sobre un terreno en el que tienen experiencia suficiente para opinar acerca del actual momento del rock argentino. Tal es el caso de Tom Quintans, guitarrista y cantante de Bestia Bebé, banda consolidada dentro del under. “Para que un grupo local pueda subsistir debe haber una industria sólida que le permita crecer y un circuito musical en todo el país apoyando, a diferencia del actual, el cual está centralizado en Buenos Aires. Debería ser totalmente normal y potable tocar en Rosario, Córdoba, el norte y el sur de Argentina y que sea una posibilidad para todas las bandas, no solo para las grandes”. En este sentido, Quintans agregó que “en Estados Unidos y Europa existe esta opción por parte de los artistas independientes de tocar en todos lados con el apoyo de las disquerías y los festivales (presentes en cada ciudad), asumiendo que la fuerte economía de dichas zonas influye en para que esa sustentabilidad sea realizable”.

John Goodblood es integrante de Harm and Ease, Electric Child y también es conocedor del circuito de bares porteños. Muy crítico del paradigma que arrastra la generación surgida en Cemento y Cromañon, afirma que “gran parte de las bandas de dicha época carecen de conocimientos para ser sustentables y que arrastran hábitos pocos profesionales que contrastan con la formación de un circuito unificado”. “Si una banda toca a las 3 am, pide una lista interminable de invitados y consumiciones, es muy complicado que con esa forma de ser pueda progresar”, detalló Goodblood. “Obviamente que si estás en un país que vive en crisis tu emprendimiento también tambalee. Pero a mi parecer, si no se cambia la parte cultural todo lo otro no servirá de nada”.

Muchas veces, se desconocen los altos costos de un show. Es así que Juan Ignacio La Fontaine (guitarrista de El Mirador) expresó que “una cerveza no puede ser más cara que un show”. Además, agregó: “Existe una falsa creencia de que lo nacional no es tan bueno como lo importado, factor que termina influyendo competitivamente”. “Las bandas internacionales no tocan frecuentemente en Argentina, por ende uno está más dispuesto a pagar entradas caras, ajustar el cinturón y resignar otros recitales nacionales de bandas amigas”.

Hay varios puntos en común en la opinión de los tres músicos. Está claro que la comparación directa entre lo internacional y lo nacional arranca con desigualdad de condiciones debido a diferencias en presupuesto, marketing, publicidad, creencias, costos, trayectoria y hasta modas impuestas. En contrapunto, no significa que todo lo importado sea excelente ni que lo nuestro sea necesariamente “carente de contenido artístico”. Si se busca en la historia del rock nacional, se encuentran casos de grupos que arrancaron desde abajo, ascendieron al mainstream doméstico manteniendo la esencia independiente y han marcado su propia impronta. Los Redondos, La Renga, Hermética, El Mató un Policía Motorizado y Las Pelotas son algunos ejemplos.

Todos coincidimos en que es tan importante como vital la formación de un circuito sustentable para ganar en competitividad y ayudar a que cada integrante pueda vivir de la música y  que no signifique una odisea para unos pocos. Con medidas que sirvan para ese crecimiento, un cambio en la cultura del género y proyección a largo plazo, eso es más que posible. ¡Que sea Rock!