Punto De Vista

El “folclore” malsano del Superclásico

El River-Boca dejó más que un ganador y un perdedor. Dejó la certeza que la enfermedad de la violencia en el fútbol no tendrá cura rápido. Eso y que, de a poco, cada vez nos importa menos el fútbol. Para pensar.

Pasó un nuevo River-Boca. Ganó el Xeneize, pero para esta nota es una anécdota. Fue un clásico triste, marcado por una semana repleta de irregularidades fuera de la cancha -¿qué pasó con el canje?- amenazas de la 12 de concurrir al estadio, los “Infiltrados”. Eso sin contar que fue una semana de una previa infumable, con chicanas de un lado y del otro, una semana para decirle al otro quién la tiene más grande. Todo ok, folclore, digamos. Pero ¿y el fútbol? Porque Ramón dijo “a Boca le vamos a ganar” y Bianchi dijo: “El 40% del país contra el 30” y los de River dijeron “A los bosteros si los vemos los matamos” y los de Boca dijeron “vosodelabé”. Entonces, ¿y el fútbol? ¿A qué carajo vamos a una cancha, entonces?.

“Domingo sí, copamo’ el gallinero, si vemo’ algún bostero lo vamos a matar, lo vamos a matar, lo vamos a matar”…Cántico que el hincha de River entonó en la entrada de Figueroa Alcorta, en la entrada de Udaondo y ya en las tribunas, que reventaban –literal- de gente 45’ antes del clásico. Triste y penoso es cuando eso se pasa a la realidad. Podemos concluir en que el “infiltrado” que cobra es doblemente bobo: primero, por ir a un territorio hostil. Segundo, por hacerse notar.

De todas maneras, nada exime el comportamiento salvaje de algunos hinchas de River. Enojados por el 0-1 y un River impotente, se “descubrieron” a varios hinchas de Boca en la San Martín, en la Belgrano, en la Sivorí y en todos los sectores del estadio. Los que fueron encontrados, la ligaron. Y hubo uno, el de la popular, que tuvo que ser trasladado en ambulancia porque no paraban de pegarle, según afirman testigos.

Si a eso le sumamos el hecho que River infringió claramente las reglas al “sobrecargar” el Monumental hasta tal punto que no se podía bajar de las escaleras de la San Martín sino se corrían, antes, cuatro personas que ocupaban un cm2. Un riesgo. Un peligro. Si ayer pasaba algo, varios no la contaban. ¿Cómo desagotas un lugar así, tan repleto, en escasos minutos? ¿Cómo? Otra vez, Argentina parece ser el país del nomeacuerdo y que acá no se murieron 194 pibes por negligencia del estado. Debe haber pasado en Aruba, evidentemente.

Después de sentir eso, después de ver cómo las fotos del hincha de Boca tirado en el playón de entrada se exhiben cual trofeo de guerra (foto que ilustra la nota), después de palpar que esos, los que le pegaron, sienten que hicieron patria es cuando uno se pregunta, ¿Qué carajo nos pasa? En el vértigo del partido, en la sangre caliente de prenderse en el “que feo ser bostero y boliviano”, uno no piensa. No razona. Ejemplo claro es que en la SM Alta, aquellos que golpearon a un hincha de Boca hasta que lo bajaron a patadas de la tribuna, fueron recibidos como héroes, con una salva de aplausos. Innecesario. Y reprobable. Una cosa es el folclore, es muy triste cuando de ese folclore se pasa a la acción.

Los hinchas de Boca no tenían que ir al Monumental, estuvieron mal. Pero peor aún estuvieron esos que al encontrarlos, eligieron pegarles en una situación de amplia mayoría y sabiéndose vencedores desde el revoleo de la primera piña. Eso, en los códigos del fútbol es de cagón. Y no debería ser alentado, ni festejado por nadie. Llega un momento que la excusa de “son bosteros” no vale para todo.

También es reprobable la tapa del diario deportivo, que en lugar de hablar del juego (el Súper dejó tela para cortar, eh), elige prenderse en la gastada de la tribuna. Generando un clima de violencia, el mismo que intentan reprobar en sus páginas. Aunque parece que con tal de vender, nada importa. Ojo, siempre fue así. Pero sería bueno también empezar a cortar el hilo desde ese lado.

A eso hay que sumarle el operativo de ingreso al Monumental. Cacheos que arrancaban a casi 600 metros del ingreso al estadio, con enormes masa de gente que bajo un sol sofocante esperaban para ingresar a un partido en el que no había hinchas visitantes. ¿Por qué, entonces, un cacheo de tan lejos? ¿Era necesario? Una policía más dispuesta a pegar que a contener. Los hinchas sacados, ansiosos y un control que, encima de ser bastante mediocre, en algunos casos se quedaba con las localidades de los hinchas. “Son para la barra”, decían algunos, según denunciaron hinchas del Millo. Eso ni siquiera es reventa. Eso directamente es reírse en la cara del socio, que pasó horas frente a una PC.

Entonces, ante un panorama que incluye  de hinchas de Boca lastimados sólo por ir a ver un partido, muchos de los cuales se creyeron pillos por el sólo hecho de ir (una idiotez  también), sumado a un Monumental sobrecargado de más, a una “seguridad” cada vez más insegura, a unos cacheos dignos de Capusotto y a un diario deportivo que vende un mensaje pero pregona otro, vale preguntarse, ¿vale la pena arriesgarse así por un partido de fútbol?

La respuesta de la mayoría será sí. Así las cosas, difícil que algo de esto cambie, seguirá habiendo infiltrados, seguirá habiendo estadios sobrevendidos, policía inepta, controles corruptos y así, paulatinamente, nos iremos olvidando –aún más- del juego en sí. Del fútbol.

Para cerrar, una anécdota. Apenas segundos después que Germán Delfino marcó el final del Superclásico, en la platea San Martín, cuna del histórico “paladar negro” de River, había algunos que aplaudían, y otros insultaban. Uno de los “aplaudidores” le reprochó al hincha descontento su actitud: “No vengas más, acá se viene a alentar”. A lo que el hincha enojado le retrucó: “No, yo acá vengo a ver jugar y ganar a River, ¿a qué carajo voy a venir?”. Y ahí cabe la pregunta, ¿a qué carajo vamos a la cancha en el fútbol argentino?