El Festival Canciones de Otoño pasó por Buenos Aires y tuvo como lugar de encuentro el espacio Xirgu UNTREF en el barrio de San Telmo. Con una propuesta íntima, que quebró la jerarquía del teatro convencional entre escenario y público, el set se organizó en el centro de la sala, de forma circular, favoreciendo la cercanía y la corta distancia. Cuatro propuestas de música independiente diferentes entre sí, con estilos propios, entre el rock y el folclore de raíz latinoamericano.

Cuatro proyectos, más de doce artistas en escena y un equipo técnico que sumó al menos cinco personas más para sacar adelante una noche sostenida por la autogestión y el esfuerzo colectivo. La convocatoria contó con la participación de Melaní Luraschi y Sebastián Casafúa, que viajaron desde Uruguay para la cita y, Luvi Torres y Tomás Aristimuño, por Argentina.

A dos orillas, el Festival llegó desde Montevideo, donde ya cuenta con cinco ediciones, para inaugurar su primera edición en la ciudad porteña y abrir un espacio de intercambio entre artistas emergentes a ambos lados del río.

Sin dudas, el esfuerzo de Robert Mello y Julieta Erdozain, en la producción y programación del evento, tuvo la gratitud de cada una de las músicas y músicos que participaron.

Nadie se olvidó de nombrar el coraje que hay que tener para organizar un encuentro como este sin apenas publicidad más allá de las redes sociales y prensa comprometida con la autonomía de la producción musical. Cabe mencionar que la convocatoria estuvo a la altura del más exigente proyecto de ley de cupo femenino y equidad de género, incluyendo a las técnicas de sonido y luces, detalle que tal vez puedan observar sin tanta queja ni sarcasmo algunos productores y programadores locales que andan preocupados por no saber cómo hacerlo.

Paula Ruiz

La orilla del este

Acompañada por Juan Manuel Silva Eguiluz en la guitarra, la cantautora Melaní Luraschi fue la encargada de abrir la noche y lo hizo repasando algunas de las canciones de su más reciente disco, Lumbral (2018). Así pasaron Le Rue de Domremy, Ser feliz y Espejos, entre otras.

Dueña de una voz brillante y técnicamente impecable, arraigada en la música latinoamericana y habiendo mostrado a esa altura una gran solidez en la guitarra, hizo un homenaje a la compositora peruana Chabuca Grande con una elegante y cuidada versión de El surco, no sin antes reivindicar la necesidad de visibilizar el trabajo de las mujeres compositoras. Destacable también el paso de Cecilia de los Santos que con su voz acompañó a Luraschi en el tema Tan distante del ser, del disco colectivo Cantos bajo un mismo sol (2016).

Un gran momento, emotivo y profundamente poético fue cuando presentó el tema Con toda palabra, de la inolvidable Lhasa de Sela. El silencio del público fue soberbio y bien puede afirmarse que un clima almodovariano se instaló en el teatro del que, sin dudas, iba a ser muy difícil salir.

En formato de dúo Sebastián Casafúa se presentó junto a Daniel Noble. Más cercano al pop y al rock, la propuesta del cantautor también repasó algunos temas de su último disco Caudillo (2018) y del anterior Las causas del siniestro (2012).

Con una actitud cercana interpeló al público con preguntas del tipo: “¿lo están pasando bien?, ¿les cuento una historia?”, y sin más, presentó su tema El coleccionista contando que le gusta pensar que todas aquellas cosas o personas que se pierden en las historias personales, las recoge este personaje y las guarda para alguna forma de ajuste de cuentas en el ocaso de la vida, “el tipo , o la chica, guardó todas nuestras cosas y ahí antes de cruzar no se sabe a dónde nos las muestra todas juntas”. Lejos de resolver esta cuestión con una pesadilla, Casafúa le dio forma de canción.

Con otra historia, algo más real, dedicó su tema El góspel de los que no creen en nada al primer baterista de Beatles, Pete Best, no sin antes constatar que Ringo es el único que la gente recuerda como integrante legítimo del cuarteto de Liverpool. Barba de abejas y Hombre Bengala, fueron los temas con lo que cerró su paso por el festival.

Paula Ruiz

La orilla argenta

Luvi Torres empezó después de intervenir la escena con flores, tapices, cuarzos, aromatizantes ambientales y velas. La solidez de la compositora fue aplastante en voz, bombo e instrumentos de cuerdas varios, y tuvo momentos de verdadera magia en su intercambio con el músico invitado Alejandro Franov, en teclados y acordeón. La inclusión de Nuria Martínez en flauta y arpa de boca, exquisita. La acompañaron también Camilo Carabajal, percusionista y, como invitado de especial de la banda, el inglés Drew Walker, participando como segunda voz en varias canciones.

Torres eligió un repertorio donde combinó su potencia vocal con los diversos matices que domina para fusionar bagualas con coplas, carnavalitos, texturas jazzeras y la fuerza rockera que logró a banda completa. Sano Adentro, Artemisa, Compost, y una serie de canciones dedicadas a la tierra, el agua y el contacto con la naturaleza, fueron la propuesta de la cantautora, enmarcada en una puesta escénica presentada como un ritual o una suerte de ceremonia ancestral resonando en el presente.

La noche tuvo un cierre de alto nivel musical, poético y de puesta escénica con la propuesta del dúo de Tomás Aristimuño y la talentosa Carola Zelaschi. Dejarlos para el final fue la mejor decisión de la organización para dejar el listón muy alto y hacer que un público, que hasta el momento había guardado absoluto silencio, escuchado tres proyectos anteriores y regalado tibios aplausos, estallara en ovaciones al grito de “¡bravo!” y pidiera con euforia “¡otra!, ¡otra!” Sin ningún tipo de pudor, hay que reconocerle a la dupla un éxito rotundo y conmovedor.

De su disco Verde Árbol (2011), Aristimuño arrancó el show con su tema Marte que propone una atmósfera inquietante, distorsionada, repetitiva, circular y propone un tránsito iniciático a su música, una propuesta a seguirlo, un túnel por el que ir entrando poco a poco, donde Zelaschi no descansa jamás y llena todo el espacio con una delicada trama de sonidos que se superponen, se acumulan y crecen hasta encontrarse con la voz de su compañero casi como si de un trance se tratara. Impecable, el virtuosismo de la baterista, pianista y cantante debe estar resonando todavía en las paredes de la bella sala del Xirgu.

Siguieron No me mirás, Atardece, Coral y ratas y 359, por nombrar apenas unos cuantos de los temas que tocaron. Pasaron por la propuesta más reciente del compositor rionegrino que está trabajando en su próximo disco, Home Run, con un cercano lanzamiento durante 2019, y que fue adelantando en redes sociales en forma de singles.

Si en su momento conmocionó la performance de Marina Abramovic y Ulay, en el MoMA de Nueva York, cuando se sentaron frente a frente y, ante la expectativa de un público masivo, sostuvieron la mirada sin mediar palabra durante un largo rato, la puesta escénica de Tomás y Carola, tuvo la potencia, la fuerza dramática y la tensión de dos cuerpos enfrentados, buscándose, controlando la distancia y los acercamientos con la precisión y el límite de sus instrumentos pero con el gesto urgente de fundirse en un abrazo. Algo que pudieron tejer entre armonías, melodías, capas sonoras y rítmicas que hicieron caminar, tema tras tema, con una continuidad sin pausas, sin aflojar nunca, y donde el silencio entre una canción y otra apenas era un suspiro para tomar aire, darle un respiro amable al público y arrancar de nuevo.

Ojalá esta primera edición del Festival Canciones de Otoño sea el inicio de un viaje de ida y vuelta a dos orillas donde se acorten las distancias materiales y simbólicas entre dos ciudades que comparten algo más que un río marrón que aspira a ser de plata. Que no es poco, y desde siempre se andan gustando.

Crónica por Andrea Beltramo

Fotos por Paula Ruiz